Nuestra Historia
La Santa Espina es uno de los pueblos creados por el Instituto Nacional de Colonización en la época de posguerra, para contribuir al desarrollo agrario. El verdadero impulsor de esta iniciativa fue D. Rafael Cavestany y Anduaga, ministro de Agricultura del momento.
La Santa Espina es uno de los pueblos creados por el Instituto Nacional de Colonización en la época de posguerra, para contribuir al desarrollo agrario. El verdadero impulsor de esta iniciativa fue D. Rafael Cavestany y Anduaga, ministro de Agricultura del momento.
Las actuaciones se llevaron a cabo en la finca que el Instituto Nacional de Colonización adquirió a los herederos de Doña Susana de Montes y Bayón, viuda del marqués de Valderas, que contaba con una superficie total de 3.434 hectáreas divididas en 1.600 ha de secano, 71 de regadío, 1.300 de montes, laderas y eriales. Los trabajos realizados fueron muy laboriosos: desmonte, desfonde, despedregado, roturación y repoblación de pinos. Construcción de un sistema de riego para las tierras del valle compuesto de una presa de tierra de 60.000 m3, ocho pozos con sus respectivos estanques y una red de acequias de 14.800 m. También se construyeron 35 km. de caminos para el acceso a las fincas, nuevas parcelas y lotes de colonización.
Las obras del pueblo comenzaron el 25/03/1955, escogiéndose como lugar de emplazamiento la carretera que une La Santa Espina con San Cebrián de Mazote.
El trazado urbanístico de La Santa Espina es muy sencillo, consta de dos calles paralelas longitudinales y de otras más pequeñas perpendiculares. En este tejido se levantaron un total de 50 viviendas destinadas unas para agricultores y otras para obreros. También se edificaron el Ayuntamiento, las Escuelas y las viviendas del Párroco y Acción Católica. Posteriormente se acometieron las obras complementarias de abastecimiento de agua, instalación de líneas eléctricas y urbanización del pueblo.
Las obras finalizaron el 25 de septiembre de 1957, efectuando la entrega oficial D. Francisco Franco Bahamonde, el día 29 de octubre de 1959. Para ello visitó el pueblo, al igual que hicieran los entonces príncipes de Asturias y actuales Reyes de España, el 16 de mayo de 1964.
De entre sus más de cien habitantes perviven algunos de los primeros colonos que llegaron a este lugar en busca de un futuro mejor, procedentes, en su mayoría de los municipios más cercanos: Castromonte, Torrelobatón, Torrecilla de la Torre y San Pelayo.
Todos aquellos que reunían las condiciones estipuladas por el Instituto Nacional de Colonización solicitaron a este organismo la ocupación de las viviendas. Junto con la vivienda se adjudicaba un lote de aproximadamente 25 ha de secano y 2 de regadío para cada uno de los 20 colonos, y un huerto de 0,30 ha para cada uno de los 30 obreros, no pudiendo ser propietarios de las mismas hasta pasados 20 años.
El nombre de La Santa Espina lo adquiere desde su constitución como Entidad Local Menor dependiente del Ayuntamiento de Castromonte, en el año 1980. Inicialmente se la conocía como San Rafael de La Santa Espina, en honor a su fundador.
La Santa Espina
El Monasterio de La Santa Espina lo mandó construir doña Sancha de Castilla, hermana de Alfonso VII el Emperador, en el año 1147. Esta infanta obtuvo por mediación del Rey francés, Luis el Joven, una espina de la corona de nuestro Señor custodiada en el Monasterio de San Dionís, y que posteriormente regaló a este Monasterio, de ahí su nombre de Real Monasterio de Santa María de La Santa Espina. En el mismo año llegaron los primeros monjes cistercienses, enviados por San Bernardo, a cuyo frente, según cuenta la tradición, venía San Nivardo, su hermano.
Como ha pasado en tantos otros monasterios, éste se construyó en diferentes épocas y sufrió notables reformas.
Al monasterio se accede por un arco de triunfo del s. XVI. Muy cerca se encuentra un monolito que recuerda el encuentro de Felipe II con D. Juan de Austria “Jeromín”, acontecimiento acaecido el día 28 de septiembre de 1559, en este lugar. Del siglo XVI es también la fachada de la hospedería, en la que resaltan los escudos del Abad y de Alfonso VII.
La fachada de la iglesia y sus dos torres son de mediados del s. XVII, de la Escuela de Ventura Rodríguez.
Ya en el interior, resaltan los dos claustros, el claustro de la hospedería y el claustro regular, ambos del s. XVII. En la pared del claustro regular sobresalen unos lucillos que en su día sirvieron de enterramiento y abundantes marcas de cantero.
La sala capitular, es de finales del s. XII. En ella destaca la sencillez propia del cister. De la misma época son la sacristía y la biblioteca claustral. A la entrada de la sala de los trabajos, actual salón de actos de la Escuela de Capacitación Agraria, están el calefactorium y el locutorio.
En 1275 comenzaron las obras de la iglesia, de la mano de los nobles Don Martín Alfonso y su sobrino Don Juan Alfonso de Alburquerque, ambos enterrados en este monasterio. La iglesia reúne las características típicas del cister: planta de cruz latina y tres naves, siendo la principal más alta, y las dos laterales más bajas decoradas con arcos de medio punto.
En la capilla mayor, se conjugan los estilos gótico y renacentista. Un arco apuntado de grandes dimensiones abre la capilla. Los lucillos sepulcrales de las familias Meneses y Alburquerque ya son del s. XVI, al igual que el retablo, procedente del Monasterio de Retuerta (Valladolid).
Sobresale en su interior un conjunto de capillas. La capilla de la reliquia del s. XVII, diseñada por Francisco de Praves, en la que se puede contemplar la custodia que guarda la Espina. La capilla de los Vega, del s. XIV, panteón de esta familia noble de castilla y la capilla de San Rafael, que era la antigua capilla del abad y en la que están enterrados D. Rafael Cavestany y de Anduaga, benefactor del Monasterio, y su esposa.
El Monasterio ha sobrevivido a los momentos de adversidad: el incendio de 1731 que destruyó la biblioteca y gran parte del edificio, y del que pudieron salvarse la reliquia de La Santa Espina y el libro de Tumbo. La invasión francesa, y la desamortización de Mendizábal, que ocasionó la salida definitiva de los monjes en el año 1835.
En 1865 adquirió el monasterio D. Ángel Juan Álvarez, Marqués de Valderas. Gracias a la iniciativa de su viuda, Doña Susana de Montes y Bayón, el Monasterio pasó a ser un centro de enseñanza agrícola.
Este Monasterio está declarado Bien de Interés Cultural desde el año 1931.